miércoles, 8 de febrero de 2012

Luis G. Urbina


Luis Gonzaga Urbina, destacado poeta, nació en la ciudad de México, el 8 de febrero de 1868. Poco se sabe de su niñez, que parece haber pasado en la necesidad y la pobreza. Muy joven, acaso sin haber terminado más que sus estudios en la Escuela Primaria Superior, entró al periodismo. Fue cronista y crítico teatral en diversos diarios y revistas, entre otros EL Mundo Ilustrado y El Imparcial; de este último fue editorialista en 1911-12. Perteneció al grupo de la Revista Azul, fundada por Manuel Gutiérrez Nájera. Secretario particular de don Justo Sierra durante la gestión de éste como Ministro de Instrucción Pública. Profesor de Literatura Española en la Escuela Nacional Preparatoria. Director de la Biblioteca Nacional (1913). En 1915 se expatrió a La Habana (Cuba), en donde vivió de escribir en los periódicos y de clases particulares. En 1916 fue a España como redactor corresponsal de EL Heraldo de Cuba. Del 26 de abril al 2 de agosto de 1917 estuvo en Buenos Aires (Argentina) en misión oficial; en la Universidad de dicha ciudad dictó una serie de conferencias sobre literatura mexicana. Primer Secretario de Legación, adscrito a la de Madrid (desde 5 de julio de 1918 al 10 de junio de 1920). A principios de 1921 hizo un viaje por Italia. Pasó después a México, en donde fue Secretario del Museo Nacional de Arqueología, Etnografía e Historia. Regresó a España, en donde fue, primero, Secretario y, desde el 1º de enero de 1926, Encargado de la Comisión “Del Paso y Troncoso”. En un tiempo habitó en Madrid la casa número 18 de la calle de Martín Freg, Venta del Espíritu Santo. Murió en Madrid, el 18 de noviembre de 1934.El 11 de diciembre del mismo año llegó su cadáver a Veracruz. Está enterrado en la Rotonda de los Hombres Ilustres, donde descansan los más notables mexicanos. Fue autor del conocido poema “Metamorfosis”, así como de otros como: Puesta de Sol, Dones, Nuestras vidas son los ríos, En el cielo, perlas, La confidencia, La agonía blanca, Mañana de sol, Así fue, La herida.

METAMORFOSIS

Era un cautivo beso enamorado
de la mano de nieve que tenía
la apariencia de un lirio desmayado
y el palpitar de un ave en agonía.
Y sucedió que un día,
aquella mano suave
de palidez de cirio,
de languidez de lirio,
de palpitar de ave,
se acercó tanto a la prisión de beso,
que ya no pudo más el pobre preso
y se escapó; mas, con voluble giro,
huyó la mano hasta el confín lejano,
y el beso, que volaba tras la mano,
rompiendo el aire, se volvió suspiro.


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